Recuerdo aquella primera vez que
me vio, se me acerco lentamente y rozando sus dedos por mis bordes donde se
resume en acercamiento entre mi corazón y mis nervios me toco suavemente. Me recorrió
por todas mis curvas y me levantó, me dio vuelta y me continuó observando como
si supiera lo que era capaz de hacer; la emoción de dejarse sostener por la más
pura y sincera intención es lo más seguro que se puede obtener cuando se quiere
poseer.
Me hago descubrir entre tantas
distracciones y para lograr mí objetivo, levante mi rasgo más voluptuoso para afirmar
su intención delatada por aquella mirada. Yo, con mi ancho lo suficiente mente grato
y mi grosor lo suficiente mente denso, prometía ser los más sutil posible en
las hazañas y proezas futuras que nos esperaban.
Sin interrupción y sin
restricción todo estaba escrito, sabía que fluiría como lo merecía, con tal; no
había nada que perder, no había de que avergonzarse; en la batalla, hasta la más
humilde derrota ofrece la más placentera de las victorias.
Con fuerza y muy tenaz mi libre
desenvolvimiento en la danza se precipita con la mayor precisión con la confianza
cuando se respiras profundo y se suspirar al conquistar.
La Confianza en el acto es la
clave para llevarme hasta la vibración en el punto más alto de la onda, y la decisión es lo esencial para descenderme
a lo más bajo del valle del deseo; aquel punto donde se proyecta la línea del
placer que corre debajo de mi larga vena.
Eso es lo que hace y siente quien
me posee, el quiebre más intenso y penetrado que todo el mundo ha esperado, la satisfacción
del que se atreve.
Desde ese día, me preparo cada vez
que me unta su pega; el sonido de su cierre me anticipa la frecuencia de mis
momentos de dureza y los momentos de rigidez que me esperan. Sé que no tendrá compasión
pero me lo hará con verdadera pasión.
Uno no se arrepiente de ser “
Tablasana”.